La exposición excesiva a rayos ultravioleta puede producir efectos devastadores para la piel, incluyendo el melanoma maligno
En un mundo donde la imagen se ha convertido en una poderosa carta de presentación, el bronceado parece seguir siendo sinónimo de belleza, éxito y vida saludable. Sin embargo, cuando la búsqueda del tono dorado en la piel se convierte en una necesidad compulsiva, podríamos estar ante un trastorno psicológico poco conocido pero preocupante: la tanorexia.
Aunque no se encuentra oficialmente catalogada en manuales diagnósticos como el DSM-5, la tanorexia es reconocida por muchos especialistas como una manifestación extrema del trastorno dismórfico corporal. El DSM-5 es el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (quinta edición) publicado por la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) y se considera una de las principales referencias internacionales para el diagnóstico de trastornos mentales.
Quienes la padecen presentan una obsesión patológica por mantener la piel bronceada, a pesar de los riesgos médicos ampliamente documentados.
La cultura del bronceado: ¿una adicción socialmente aceptada?
El término “tanorexia” fue acuñado en la primera década de los años 2000, en un contexto en el que el bronceado se asociaba todavía con un estilo de vida activo, atractivo y aspiracional. Aunque hoy día la conciencia sobre los efectos nocivos del sol ha crecido, persiste en muchas sociedades una fuerte presión estética por lucir una piel tostada, especialmente entre los jóvenes y en contextos donde las redes sociales proyectan una imagen corporal idealizada.
A diferencia del cuidado saludable de la piel o el uso ocasional de métodos de bronceado artificial, la tanorexia implica una percepción distorsionada del propio color de piel. La persona siente que nunca está suficientemente bronceada, aunque objetivamente lo esté. Esta insatisfacción la lleva a exponerse de forma reiterada al sol o a cabinas de rayos UVA, ignorando advertencias médicas y sociales.
Factores de riesgo y perfiles más vulnerables
Los estudios sobre tanorexia apuntan a factores múltiples, que incluyen baja autoestima, perfeccionismo, antecedentes de trastornos alimentarios y un entorno social que refuerza la apariencia física como valor central. En muchos casos, la exposición constante a imágenes retocadas en redes como Instagram o TikTok refuerza el ideal del “bronceado perfecto”.
El perfil más común es el de mujeres jóvenes, aunque no exclusivamente. En los últimos años, algunos dermatólogos han alertado de un aumento de casos entre hombres, especialmente en ambientes donde el culto al cuerpo y la estética están más presentes, como gimnasios o ciertos círculos sociales vinculados a la moda.
Consecuencias físicas y psicológicas
La exposición excesiva a rayos ultravioleta (UV), ya sea del sol o de cabinas bronceadoras, puede producir efectos devastadores para la piel. Desde quemaduras graves hasta envejecimiento prematuro, pérdida de elasticidad, manchas oscuras y, en los casos más extremos, cáncer de piel, incluyendo melanoma maligno, una de las formas más peligrosas.
Según la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV), el uso de cabinas de bronceado artificial antes de los 30 años puede aumentar significativamente el riesgo de desarrollar melanoma. A pesar de estas advertencias, muchas personas con tanorexia desoyen los riesgos, convencidas de que “una piel bronceada es una piel saludable”.
Pero más allá del daño físico, la tanorexia también acarrea consecuencias emocionales. La ansiedad, la inseguridad constante y la insatisfacción con la propia imagen son síntomas frecuentes. Algunas personas desarrollan un fuerte malestar si no pueden exponerse al sol, incluso en invierno, lo que afecta su vida social, laboral y emocional.
Diagnóstico: una línea borrosa
Diagnosticar tanorexia no es sencillo. Al no estar oficialmente reconocida como un trastorno independiente, suele identificarse como un síntoma dentro de otros trastornos de imagen corporal. Psicólogos y psiquiatras recomiendan prestar atención a signos como la necesidad compulsiva de broncearse, la angustia cuando no se consigue, y la negación de los daños visibles.
Algunos profesionales proponen una evaluación multidisciplinar, donde dermatólogos, psicólogos y médicos generales trabajen conjuntamente para identificar patrones de conducta dañinos, evaluar los riesgos físicos y tratar el trastorno subyacente.
Tratamiento: romper con la dependencia
El abordaje terapéutico de la tanorexia requiere un enfoque integral. En primer lugar, es fundamental informar al paciente sobre los efectos reales de la exposición prolongada a los rayos UV. En paralelo, la terapia cognitivo-conductual ha demostrado ser útil para trabajar la distorsión de la autoimagen, la autoestima y los comportamientos compulsivos.
En casos graves, puede ser necesaria la intervención farmacológica o el acompañamiento de un psiquiatra. Algunos centros especializados en trastornos de la conducta alimentaria y la imagen corporal han comenzado a incluir la tanorexia dentro de sus líneas de trabajo.
Además, el entorno juega un papel crucial. Amigos, familiares y educadores deben evitar reforzar el ideal del bronceado como canon estético y, en cambio, promover hábitos de cuidado y aceptación corporal.
Un desafío social y cultural
La tanorexia no es solo un problema individual; también es un reflejo de una cultura que aún valora la apariencia por encima del bienestar. Si bien la conciencia sobre los riesgos del bronceado ha aumentado, la publicidad, las redes sociales y ciertas tendencias siguen glorificando una imagen poco realista y, a menudo, peligrosa.
El reto está en cambiar esa narrativa. Promover modelos diversos de belleza, integrar la educación en salud dermatológica en centros escolares y campañas institucionales, y recomendar una relación más saludable con la propia imagen puede marcar una diferencia.
En un mundo donde la imagen parece dominarlo todo, tal vez sea momento de recordar que el verdadero brillo no proviene del sol, sino del equilibrio entre cuerpo, mente y autoestima.

