Tres reflexiones acerca del inevitable fracaso del gobierno progresista de Touriño en 2005
El 20 aniversario de la toma de posesión de Emilio Pérez Touriño como presidente de la Xunta en agosto del 2005 ha vuelto a generar análisis sobre el fracaso de aquel proyecto de gobierno de izquierdas. Unos análisis que a menudo omiten factores que explican la brevedad de aquel interludio, destinado desde un primer momento a fracasar.
Para empezar, en 2005, ambos socios malinterpretaron el alcance de su derrota en las urnas. Derrota sin paliativos: 25 escaños los unos, 13 los otros. Fraga se despedía de la Xunta con la épica de los viejos pistoleros, como John Wayne en su última película. Terminado el recuento de los votos, socialistas y nacionalistas pusieron todo el empeño en olvidar que un anciano ministro franquista, de 82 años de edad, que había sufrido desvanecimientos en el Parlamento y del que se contaban anécdotas escatológicas en el coche oficial, había obtenido 37 escaños de un parlamento de 75. Y eso después de las movilizaciones generadas tras el Prestige, tan multitudinarias en la calle como justitas en las urnas. Los resultados de 2005 midieron menos el deseo de cambio que la fortaleza de la implantación del proyecto del PP en Galicia.
En una democracia parlamentaria, es un error olvidar que la salud de tu proyecto político se mide en el número de escaños que lo sustenta. Preocupados por gobernar, nadie quiso recordar que el gobierno estaba construido sobre alfileres y que lo urgente era actuar para robarle respaldo social, o sea diputados, al PP.
Pero en el gobierno, los socialistas se dedicaron a romper lo que ya estaba dividido. Se hicieron tantas divisiones de la tarta que, en lugar de porciones, quedaron solo migas. Si como Secretario General de los socialistas, Touriño mostró una inteligencia política capaz de coser un partido dado a baronías, divisiones y cainismo, como Presidente recorrió el camino contrario. Animado por sus spin doctors universitarios, desconectados de la realidad gallega, optó por dejar importantes áreas de gobierno en manos de conselleiros independientes ajenos, cuando no hostiles, a la realidad del partido.
Si decidir cómo se repartían las consellerías con el BNG generaba un pequeño drama interno, la idea de que en el partido no había perfiles para ocupar las consellerías, hizo que el gobierno naciese bajo sospecha de quienes debían respaldarlo. Aquella idea de que las elecciones se ganaban a pesar del partido; de que los independientes tenían un mayor entronque con la sociedad, y de que la organización era parte de los problemas y no de las soluciones, resultaron erróneas y dictaron la sentencia de muerte del ejecutivo antes de que empezase su andadura.
Sanidad quedó en manos de una funcionaria cuya carrera se había desarrollado durante los años de Fraga. A la que por cierto, conviene tener memoria, la plataforma SOS Sanidade Pública le planteó la huelga de médicos que no le planteó nunca a Fraga. Educación pasó a ser gestionada por una catedrática tan popular, tan referente en el sistema, que cuando unos años después se presentó a rectora de la USC obtuvo el 5% (algo menos creo recordar) de los votos.
Y quizá el mayor error fue el nombramiento de la conselleira de la COTOP. Porque al frente de las obras públicas, o sea, al frente de la mayor reserva de fondos para actuar en los concellos y visibilizar el cambio en el territorio, se ponía a una persona cuyo mayor empeño era despreciar a los alcaldes. Sin duda que esa conselleira haya proseguido su carrera política como concejala del montón en los gobiernos por mayoría de Abel Caballero es una suerte de justicia poética, una manera de cursar a posteriori el máster en política que le hubiera hecho falta antes.
Finalmente, la estrategia de comunicación del gobierno de Touriño resultó tan ingenua como prepotente. Los enfrentamientos entre socialistas y nacionalistas por los controles de la TVG y la Radio Galega dan para un extenso libro de anécdotas. Y darle a entender a los medios privados predominantes que el gobierno autonómico no iba a escatimar esfuerzos para impulsar proyectos que variasen su mercado, un objetivo insensato, que no condujo a nada y que, en todo caso, se podría haber llevado adelante de manera más sibilina, en sucesivos mandatos.
Pero no hubo ocasión. La derrota del 2009 es, de momento, definitiva para las fuerzas de izquierda en el terreno autonómico. Manuel “Pachi” Vazquez, en su momento flamante conselleiro, hoy fuera del PSdG, optó por el camino inverso al de Touriño: fomentar la división y la creación de corrientes críticas para atomizar el partido, debilitar a todos los líderes locales y perpetuarse como una suerte de secretario general de sindicato, por encima de las debilitadas “secciones” locales.
Aquel verano de 2005, en la costa de Mera, un grupo de socialistas, amigos y familiares, cenaba con la sonrisa de la victoria todavía en la cara. Avanzada la noche, uno de los negociadores con el BNG llegó para anunciar que ya había acuerdo de gobierno. En cuanto se desgranó su contenido, se borraron la mitad de las sonrisas. Semanas después, cuando se anunciaron los conselleiros, la sonrisa se había perdido definitivamente. Y veinte años después no se ha recuperado.