Nuevos cambios en puestos de responsabilidad de la maquinaria del Ayuntamiento: síntomas de una Administración paralizada
El Gobierno Municipal de A Coruña ha convertido los constantes cambios en su organigrama en una seña de identidad. Lo que comenzó como ajustes puntuales en concejalías y puestos de relevancia durante la segunda mitad del anterior mandato se ha agudizado en esta legislatura, extendiéndose ahora al personal al servicio del Concello. Estos movimientos, lejos de reflejar una estrategia clara, evidencian una falta de proyecto y una administración que parece navegar a la deriva.
Una megaestructura fallida y un barco sin timón
Uno de los puntos más críticos a nivel institucional fue la creación de una megaestructura tripartita que colapsó en menos de un año. Este experimento organizativo demostró una alarmante falta de planificación: colocar a perfiles sin experiencia al mando de áreas clave, bajo una supervisión asfixiante que impedía cualquier autonomía, solo podía terminar en fracaso.
El símil del barco es inevitable: el Ayuntamiento sigue a flote, pero sin rumbo fijo, con múltiples «capitanes» —no uno— que no logran coordinar una dirección clara. Lo que mantiene la nave en movimiento es la tripulación, el funcionariado, aunque cada vez más desmoralizado ante la sucesión de despropósitos, menosprecios y decisiones arbitrarias.
La «agencia de colocación» del Gobierno Municipal
La concejalía de Personal, en manos del portavoz Lage Tuñas, ha funcionado más como una agencia de colocación que como un departamento al servicio de la eficiencia administrativa. Se han cubierto plazas de funcionario —incluso bajo la apariencia de procesos selectivos— con perfiles de afiliación sospechosamente coincidente con el partido gobernante, algo que debería reservarse a puestos de confianza política, no a la Administración pública.
Además, los movimientos internos mediante comisiones de servicio, todo apunta a que han seguido dos patrones preocupantes:
- Colocar a personas dispuestas a obedecer órdenes incondicionalmente, incluso cuando estas exceden sus funciones.
- Alejar a profesionales competentes pero «incómodos» de puestos clave, sin importar su desempeño.
Estas prácticas no solo minan la moral del funcionariado, sino que atentan contra principios básicos de la Administración Pública: legalidad, igualdad, mérito, eficacia y transparencia. Sustituir a técnicos con experiencia por personal externo, sin conocimiento de la maquinaria municipal, solo agrava la parálisis institucional.
El conflicto crónico con los sindicatos
La gestión de las comisiones de servicio se ha convertido en un problema endémico, generando continuos enfrentamientos con los sindicatos y la Junta de Personal. Tanto CIG como UGT —que rara vez coinciden en sus posturas— han reprobado una y otra vez la política del Departamento de Personal. Esto refleja un malestar generalizado que trasciende las siglas y apunta a una gestión caótica y arbitraria.
Tres nuevos casos que agravan el caos
Los próximos movimientos anunciados no hacen más que confirmar la tendencia:
- Una funcionaria de Cambre al Departamento de Personal
Llegará supuestamente para «poner orden» en el área, aunque dada la situación, parece una misión imposible. - Un ingeniero de caminos, también de Cambre, para la EDAR de Bens
Resulta llamativo que provenga precisamente del único concello en litigio judicial con la EDAR. ¿Conflicto de intereses o simple casualidad? - La baja de Jorge Cao Abad, jefe de Servicio de Edificación
Tras su etapa como Director de Espacio Público y Movilidad con la Marea, su salida dejará otro hueco que, previsiblemente, se cubrirá con otro nombramiento polémico.
Un circo que no cesa
El espectáculo del «pasen y vean» en el área de Personal del Concello de A Coruña promete más capítulos. Y si alguien duda de hasta dónde puede llegar el despropósito, bastará con estar atentos al Departamento de Asesoría Jurídica, donde los próximos movimientos podrían añadir más leña al fuego.
Mientras tanto, la ciudad sigue esperando una administración que funcione por mérito, no por afinidad política; que premie la competencia, no la sumisión; y que, en definitiva, deje de actuar como una máquina paralizada por sus propias contradicciones.
