23/10/2025

La Fundación Luis Seoane: tan rica en patrimonio como pobre en transparencia y actividad

El análisis de las cifras de 2023, las últimas publicadas actualmente, revela un modelo insostenible y cuestionable donde el grueso de las subvenciones se diluye en gastos de estructura, con una capacidad de generación de ingresos propia casi testimonial

La crisis de transparencia que sacude a la Fundación Luis Seoane, desatada por el opaco proceso de selección para su dirección, es solo la punta del iceberg. Mientras el debate se centra en los procedimientos, un examen detallado de su última cuenta general disponible—la de 2023, firmada por la alcaldesa Inés Rey en junio de 2024—pinta un cuadro mucho más preocupante y estructural. La insistencia en analizar datos que deberían estar ya superados por los de 2024 es el primer indicio de una opacidad que va más allá de los plazos.

Un patrimonio valorado, una actividad raquítica

El balance presenta unas cifras abultadas, cerca de 6 millones de euros (5.943.393,15 €), sustentado principalmente por la valoración del fondo artístico de Luis Seoane. Cifras que impresionan sobre el papel: óleos por 4 millones, dibujos por casi un millón, obra gráfica por tres cuartos de millón… Sin embargo, este imponente patrimonio parece funcionar más como un colchón contable que como el motor de una institución cultural viva y dinámica.

Donde verdaderamente saltan todas las alarmas es en la cuenta de explotación, en el análisis de lo que entra y lo que sale. Los ingresos de la Fundación muestran una dependencia absoluta y patológica de las subvenciones públicas. En 2023, recibió 350.000 euros del Ayuntamiento de A Coruña y otros 28.000 euros en otras subvenciones. Frente a esta inyección de dinero público, la capacidad de la Fundación para autofinanciarse es ínfima, casi simbólica: apenas 8.068,35 euros por ventas y 3.435 euros por la celebración de talleres (“obradoiros”). Estas cifras evidencian una falta flagrante de actividad cultural con capacidad de retornar ingresos y conectar con el público de forma masiva. Se parece más a la contabilidad de una entidad burocrática que a la de un centro cultural de referencia.

Gastos: La prioridad son las nóminas

Si los ingresos son lineales, el destino de los gastos no es menos revelador. El capítulo principal es, con diferencia, el de sueldos y salarios. El gasto en personal propio ascendió a 134.334,09 euros, más 30.224,61 euros en seguridad social. Esto supone un total de 164.558,70 euros en costes laborales directos, una cifra que resulta excesiva cuando se contrasta con el escaso volumen de actividad generadora de ingresos y teniendo en cuenta que, según se desprende de las cuentas, varios servicios se externalizan. La plantilla, por tanto, aparece como el eje central del gasto.

El resto de las partidas son menores, pero en algunos casos chocantes. Resulta llamativo que el gasto en publicaciones (9.207,28 €) sea solo ligeramente superior al destinado a viajes (7.037,75 €). Parece cuestionable que los desplazamientos consuman casi los mismos recursos que la divulgación editorial de su propio legado.

¿Fundación cultural o «chiringuito» financiado con dinero público?

La conclusión que se extrae de este análisis es inevitable. Las cuentas de la Fundación Luis Seoane perfilan la imagen de una estructura que funciona como un circuito cerrado: el dinero público entra en forma de sustanciosas subvenciones y se destina, prioritariamente, a sostener su propia estructura de gastos, con los salarios como partida reina. La misión última de dinamizar la cultura y poner en valor el patrimonio de Seoane de forma productiva y atrayente brilla por su ausencia en los números.

Todo apunta a que la Fundación se asemeja peligrosamente al concepto de «chiringuito»: una entidad que, amparada en una finalidad loable, subsiste principalmente como un receptor de fondos públicos que se diluyen en gastos de funcionamiento, con una transparencia tardía y una capacidad de autosostenibilidad económica que es, directamente, testimonial. La polémica por la dirección no es más que el síntoma de un modelo de gestión que urge revisar de raíz si de verdad se quiere honrar la memoria de Luis Seoane con la vitalidad y el rigor que merece.

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