Cuando en noviembre de 2023 murió Aurora Pereira Carballo, los obituarios dedicaron menos espacio a su talento y a su papel fundamental como artista de la vanguardia gallega, que a los hombres de su vida. Aurichu, en muerte, quedó reducida a la condición de hija de un represaliado del franquismo, la compañera de Xosé Manuel Beiras y la discípula de Carlos Maside patrocinada por Luis Seoane. Enfín, que el obituario, más que louvar a la pintora, nos contaba a todos, en clave masculina, los grandes padrinos que había tenido. Supongo que a los legos en historia del arte contemporáneo, les habrá surgido en ese momento la duda de si su obra era importante o sí, simplemente, sus cuadros habían llegado a los museos llevados en volandas por su impecable pedigrí masculino. Craso error.
Ahora, en la muerte de la sin par Marisa Paredes, la misma progresía que pide feminizar los museos y descolonizar las colecciones con una mano, escribe con la otra pobres obituarios que reducen a la inconmensurable actriz a la categoría de chica Almodóvar. Y listo. Del teatro, poco; del cine al margen de Pedro! (siempre con exclamación) poco también; y para rematar el sinsentido de los críticos, la gran Wikipedia ya recoge la muerte indicando que “Almodóvar le abrió las puertas del mercado internacional y tuvo el honor de trabajar con directores muy reconocidos del cine europeo”. Vamos, que Arturo Ripstein, Manoel de Oliveira, Guillermo del Toro y Roberto Benigni, atendieron la llamada de Pedro para darle una oportunidad a una de sus chicas. Y fue ella la que tuvo el honor de trabajar con ellos, nunca a la inversa.
Personalmente, creo que no hay chicas Almodóvar, sino que fue el director el que tuvo la inmensa suerte de ser, alternativamente, chico Paredes, chico Maura, chico Abril, chico Lampreave, chico Cruz. Y que de cara a la posteridad, los permanentes aduladores del manchego, harían bien en asimilar su imagen a la de otro gran director de actrices, George Cukor, que nunca pretendió que su nombre eclipsara a los de las estrellas. Nadie en Hollywood se atrevería a llamarle a las Hepburn, Katherine y Audrey, chicas Cukor; del mismo modo que Greta Garbo no era una chica Lubitsch. Cukor, compartía con Almodóvar profesión y orientación sexual, pero tenía algo más de talento y muchísimo menos ego.
Así que al margen de los elogios que la propia Paredes dedicó a Almodóvar, deberíamos preguntarnos si no va siendo hora de dejar de elogiar el talento femenino aludiendo siempre a los supuestos respaldos, referentes o soportes masculinos que lo han elevado a las alturas. Porque muchas veces, luchando contra los techos de cristal, nos olvidamos de que el discurso dominante sigue empeñado en decirnos que el pavimento de azulejos amarillos por el que las Dorothys de la pantalla o de la cultura caminan hacia sus sueños, está empedrado siempre con caritas de señores sin los que no hubieran llegado a nada.
Pero Marisa no le pidió permiso a Almodóvar para venir a Coruña en octubre de 2008 a recibir la Medalla del Mérito de Bellas Artes. Ni creo que el ministro de Cultura de entonces, César Antonio Molina, llamase al cineasta para pedirle permiso para dársela. Leonard Cohen dijo que darle un galardón a Bob Dylan era como ponerle una medalla al Everest. A ver si empezamos a reconocer las cumbres femeninas que tenemos alrededor sin pensar que las han puesto en pie un puñado de hombres.