Siglos después, las costas de Coruña vuelven a sufrir el ataque de un corsario. Esta vez el asedio no se fragua en el puente de mando de la Golden Hind de Drake, sino desde la mesa de diseño del arquitecto David Chipperfield. Respaldado además por un nutrido grupo de financieros suizos, capaces de movilizar el capital mercenario que la empresa necesita.
Lo que ocurre en As Xubias, en A Coruña, debería llevarnos a reflexionar un poco acerca del asombroso estado de reverencia acrítica con el que el establishment político y cultural gallego se comporta con el galardonado arquitecto. Chipperfield es hoy el gran profeta de la arquitectura y el urbanismo gallegos; el apóstol llegado de tierras lejanas a evangelizar de nuevo las tierras yermas de una Galicia que fue hermosa pero ha sido arruinada por sus pobres e ignorantes gentes. Como los protagonistas de la película de Berlanga, los gallegos recibimos con subdesarrollada alegría la doctrina de este santo laico, altruista, que nos enseña a todos cómo ser buenos gallegos y cómo construir un país a la altura de su superior visión.
Chipperfield empezó a cobrar protagonismo en la planificación del territorio a raíz de la invitación que le cursó, hace una década, el entonces presidente Feijoo, en un movimiento muy del gusto de la Xunta: cogemos a un nombre de prestigio y le encargamos lo que nosotros no sabemos o no queremos hacer. Abundando en la confusión entre lo público y lo privado que fomentan los conservadores gallegos. Con la tranquilidad de saber que las cosas que se criticarían si proviniesen de San Caetano, parecerán maravillas si salen de labios de un arquitecto Pritzker. Quizá deberíamos recordar que el Pritzker, como los Nobel, es solo un premio que hombres y mujeres falibles dan a otro ser humano imperfecto. A pesar de que a Dios se le pinta a menudo como arquitecto, no se abren los cielos para sancionar al ganador por su suprema comprensión del orden último del mundo.
Animado por la invitación, Chipperfield se apresuró a montar en Santiago de Compostela una fundación para predicar su evangelio y dos sociedades para facturar sus trabajos. Y supo leer con precisión el grado de abatimiento de la sociedad gallega. En sus entrevistas se ha dedicado a denigrar la historia reciente de los gallegos, a criticar lo hecho en Galicia, y a lanzar un mensaje reiterado en torno a qué buena tierra, qué pena de ignorancia. Imagino que los lores ingleses que llegaban a Irlanda y a la India tenían una filosofía semejante.
El silencio de la sociedad gallega ante los despropósitos e insultos del inglés resulta sorprendente. La ficción de que el futuro último del territorio gallego depende de las ideas de un millonario extranjero; de un diletante que se compró una casa en Corrubedo como quien se compra un Lamborghini; de alguien que ni siquiera entiende el gallego o el castellano, resulta tan sorprendente como la historia del traje nuevo del emperador. La callada del PP es sin duda interesada; la del BNG o del PSdeG resulta incomprensible; y el papanatismo complaciente del COAG lleva a pensar si no sería mejor nombrar a sir David decano vitalicio de los arquitectos gallegos.
Mientras, el inglés, buen corsario, se ha buscado ya el mejor pabellón de conveniencia y navega bajo la bandera del Imperio Textil, lo que le garantiza puerto franco en la práctica totalidad de los medios de comunicación. Igual que en el otro confín del mundo, en China, sus planos están al servicio del Partido. Porque hablar de pequeñas comunidades, de estilos de vida y de medio ambiente en Occidente, y trabajar para el Comité en Shanghai son una prueba de inteligencia que ayudan a conseguir un Pritzker
Y ya que a los vecinos de As Xubias no nos van a defender ni nuestros políticos, ni nuestros arquitectos ni la gran prensa, tendremos que llamar a María Pita para que vuelva a la costa. Pero mejor no la llamemos por su nombre, Mayor Fernández de la Cámara. Porque Mayor suena parecido a la palabra inglesa que significa alcalde. Si Chipperfield la escucha, va a pensar que llamamos a la alcaldesa para rendirle la ciudad. Y a lo mejor tiene razón.