Mientras el Concello implementa un impuesto de pernoctación, el ascensor panorámico del Monte de San Pedro cumple casi tres años cerrado y servicios clave permanecen inoperativos, proyectando una imagen de abandono que aleja al visitante
A Coruña se encuentra inmersa en una contradicción difícil de explicar al turista. Por un lado, la ciudad apuesta por gravar la estancia con una polémica tasa de pernoctación, oficialmente etiquetada como «turística». Por otro, asistimos a un deterioro progresivo y prolongado de algunos de sus enclaves más emblemáticos, donde el abandono y la falta de información son la norma, no la excepción.
El caso más flagrante es el del ascensor panorámico del Monte de San Pedro. Inaugurado en 2007 como una infraestructura moderna y atractiva, lleva inoperativo desde noviembre de 2022. Lo que en un principio se presentó como una avería grave se ha convertido en un cierre indefinido por problemas estructurales y de mantenimiento, acumulando casi tres años de espera sin una fecha de reapertura confirmada. Este no es un incidente aislado; anteriormente ya había sufrido cierres temporales, una señal de un mantenimiento deficiente que acabó pasando factura.

Pero el problema no se limita al ascensor. La zona, un mirador privilegiado y uno de los puntos con las vistas más espectaculares de la ciudad, es un claro ejemplo de desidia integral. Justo en el punto de partida del ascensor, donde los autobuses turísticos aparcan para que los visitantes disfruten del panorama, los viajeros se encuentran con unos baños públicos permanentemente fuera de servicio. La imagen que se proyecta es la de un espacio olvidado: turistas que llegan con expectativas y se topan con carteles de «cerrado» y instalaciones clausuradas.

Esta situación evoca un precedente bochornoso que duró más de un año: el cierre del Jardín de San Carlos. Mientras las vallas impedían el paso, la página web del Concello mantenía públicamente y sin actualizar los horarios de apertura y cierre, desinformando a ciudadanos y turistas que se acercaban hasta sus puertas.
Hoy, la historia se repite en el Monte de San Pedro. La falta de comunicación es total. No hay avisos oficiales claros in situ, ni actualizaciones efectivas en los canales digitales. Recientemente, se podía ver a grupos de turistas esperando pacientemente frente a las puertas cerradas del ascensor, hasta que vecinos o paseantes les informaban de que la instalación lleva años sin funcionar. Esta desinformación activa convierte la experiencia del visitante en una frustración.
Surge entonces la pregunta inevitable: ¿Puede una ciudad que busca financiación a través de un impuesto turístico permitir que sus principales atractivos se deterioren hasta el punto del abandono? La llamada «tasa turística» es, en realidad, una tasa de pernoctación que grava el alojamiento y la llegada de cruceros. Sin embargo, la justificación de estos impuestos suele ser la de mejorar y mantener los servicios e infraestructuras que usan los visitantes. La realidad en A Coruña parece contradecir este principio.
Existe el riesgo real de que, si la calidad de la experiencia turística sigue decayendo, la ciudad se encuentre con que la conflictiva tasa no sea necesaria, porque los turistas decidirán no volver. ¿De qué sirve gravar la llegada de visitantes si luego se les recibe con instalaciones clausuradas y abandono?
El extenso y hermoso paseo marítimo, orgullo de todos los coruñeses, merece un final a la altura. El Monte de San Pedro debería ser su joya de la corona, no su punto negro. Mientras se debate una tasa, la ciudadanía y los visitantes esperan una gestión que priorice el mantenimiento de lo que ya existe y la información transparente. De lo contrario, A Coruña no necesitará aplicar tasas; se enfrentará a un declive mucho más costoso: el de su propio atractivo.